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El amor detrás de las artesanías de Rincón del Mar

Texto: Matías Nunes Tobar

El amor detrás de las artesanías de Rincón del Mar

Texto: Matías Nunes Tobar

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Miguel Pava y Dora Luz han tallado su historia de amor
como una de las artesanías que hacen y venden en
Rincón del Mar. Su trabajo y el uso de herramientas
bancarias digitales les ha permitido crecer exponencialmente
a la par del cariño que cultivan por esa tierra. Pero ¿cómo
comenzó esta historia de amor en un pequeño pueblo de
pescadores en Sucre?

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Existen lugares que parecen imposibles. Quizás es por su belleza, lo impactante del paisaje o el hecho de que semejan cuadros costumbristas empotrados entre imágenes de la cotidianidad colombiana. Es el caso de Rincón del Mar, un pequeño pueblo de pescadores del municipio de San Onofre, en Sucre, a dos horas de Cartagena, viajando en carro. 

Su belleza inspiró a cantantes como Manuela Julio Guerrera, que al ritmo del bullerengue Mi pueblo lindo, rezaba sobre esta tierra: “yo vivo en un pueblo lindo / yo vivo en un pueblo lindo llamado Rincón del Mar”.

Y es que esta pequeña tierra escondida a orillas del Mar Caribe, con apenas 4.000 habitantes, se mantiene intacta ante las mareas hoteleras y de los cardúmenes de turistas desaforados. Preserva la esencia de pueblo pesquero, de gente feliz caribeña, del sabor de la calma, de la desconexión de la voracidad citadina. 

Desde acá habla Miguel Pava, quien, aunque no nació en esa tierra, es un nativo más. Es en Rincón del Mar en dónde ha construido su vida a partir del amor con el que edificó su casa, su futuro, el de sus hijos y el de la comunidad.

Miguel Pava se crio en la isla de Barú, pero no en el lado de los hoteles de lujo o de las playas hermosas, sino en el que los niveles de miseria sobrepasan el 55 por ciento. Recuerda que de niño madrugaba para ir con su padre a pescar en una pequeña embarcación; así como que fue en esa isla en donde aprendió a hacer artesanías durante unos cursos de madera y tallado con un grupo de amigos; pero, sobre todo, recuerda una fiesta a la que fue cuando tenía 15 años en la que vio colgar, del cuello de un muchacho, un collar hecho de semillas del mismo árbol que estaba frente a la casa de su tía. 

Fue gracias a esa inspiración que Miguel, junto a sus primos, empezaron a hacer collares, pulseras, cinturones y hasta bikinis con semillas. Y de la mano de aquel ejercicio creativo también surgió una rivalidad entre ellos, “una rivalidad sana”, asegura, por hacer el mejor diseño y por vender más. “Nos íbamos a las playas a venderle a los turistas y nos empezó a ir muy bien”, cuenta Pava con una mueca de orgullo en el rostro y la piel tostada de quien lleva una vida bajo el sol.

“Nos íbamos a las playas a venderle a los turistas y
nos empezó a ir muy bien”, cuenta Pava

El negocio empezó a crecer y, con el hambre de ser mejores en su trabajo, asistieron a un taller sobre pulido de piedras semipreciosas que dictó un canadiense que llegó a Barú. Al finalizar les entregó unas pulidoras y el negocio de los jóvenes se disparó. Crecieron a un ritmo sin precedentes y formaron una cooperativa: la Asociación de artesanos de Barú Ronco. 


Al llegar la temporada alta de turistas en Santa Marta, Miguel no lo dudó y arrancó para allá con sus primos. Una vez en la ciudad vendieron sus artesanías como locos en las playas del Rodadero, abarrotadas de turistas. Iban de aquí para allá enseñando su trabajo. Lo ofrecían, negociaban e intentaban obtener el mejor precio por su arte. Estando allí, oyeron hablar de un lugar que superaba con creces la belleza de cualquier otro del que hubieran sabido jamás: Rincón del Mar. Emocionados, y con alma de aventureros, fueron a aquel pueblo en Sucre sin saber que ese viaje le cambiaría la vida por completo a Miguel.

“Yo no conocía esto por acá, no me imaginaba que hubiera un lugar como este. Poca gente lo conoce, pero es un lugar del que uno se enamora. Cómo será que desde esa vez que vine acá, hace más de 17 años, no me quise ir y me quedé”, cuenta Miguel, con evidente emoción. Fue en Rincón del Mar donde conoció al amor de su vida, a su esposa, a su socia emprendedora, a la madre de sus hijos, a Dora Luz Altamar.

Tras salir de Santa Marta, el grupo llegó a la casa de Dora, conocida de uno de los primos de Miguel. Una vez allí, Miguel y Dora empezaron a hablar, el resto es historia. Lo resumen con un: “y las cosas se dieron” entre sonrisas entrecruzadas. 

La complicidad de ese amor sigue intacta en la manera en cómo la recuerdan con ilusión y atisbos de timidez. Eran jóvenes, ella 23 y él 26 años, se encontraban en la iglesia cristiana y allí, entre rezos, el amor comenzó a crecer. No pasó mucho tiempo antes de que decidieron obtener la bendición de Dios.

“La primera casita en la que vivimos era de bahareque, pero con el frente de material, tenía dos cuartitos, y la salita”, dice Miguel, mientras las imágenes del pasado lo invaden de nostalgia. No tenía cocina, sala, ni nada más. “Era una casita muy humilde”.

Como la misma historia lo demuestra y él mismo asegura con orgullo, siempre ha sido muy emprendedor. Fue ese impulso el que, una vez encontró a Dora, los guio en el camino que eligieron. Junto a su esposa, quien no dudó en embarcarse también en ese mundo, comenzaron a trabajar para erigir la marca La Gloria de Dios que hoy les significa reconocimiento en la región.

Además, a parte de los negocios de las artesanías, Dora comenta que está montando otro de venta de ropa para los turistas y en Semana Santa, una época de prosperidad en el pueblo, ideó un negocio de comida rápida en el que ofrece perros calientes, salchipapas, picadas, arepas y otras delicias playeras.   

Cuando Miguel se mudó a Rincón del Mar siguió en el asunto de vender artesanías, pero en ese entonces no había muchos turistas. La violencia de los grupos al margen de la ley 
mantenía escondido, casi prohibido, a este pueblo noble.

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“La primera casita en la que vivimos era de bahareque,
pero con el frente de material, tenía dos cuartitos, y la
salita”, dice Miguel, mientras las imágenes del pasado
lo invaden de nostalgia

“Cuando era temporada baja, vendía agua y pantalonetas a los pescadores, porque el dinero que lograba con los turistas no me alcanzaba para los meses de sequía”, cuenta Miguel, con el atuendo que lo caracteriza: bermudas, sombrero de tela y chaleco rojo contramarcado para identificarlo como vendedor del lugar. 

Con el tiempo la paz llegó, y de paso el turismo. El negocio para Miguel y Dora fue mejorando de la mano de años más tranquilos, bendecidos por la reconciliación y la esperanza. 

Un día cualquiera, como esos en los que la vida da un giro inesperado, un ángel llamado Myriam Botero se le cruzó en el camino a Miguel. Él estaba caminando por la playa con sus artesanías, las usuales, las de siempre: collares, pulseras… y ella compró alguna que llamó su atención. Acto seguido le preguntó si tenía cuenta bancaria o cuenta de A la mano para hacer la transferencia, a lo que Miguel respondió que no, que él tenía un celular viejo, sin internet ni nada eso.

Ella le contó que trabajaba en Bancolombia, en Medellín, le prometió enviarle un celular para que pudiera descargar la aplicación A la mano Bancolombia, tener una cuenta donde recibir el dinero de sus ventas, y le dio un curso rápido de cómo podría utilizar la app. Le hizo ver que los turistas no suelen ir a la playa con dinero en efectivo, pero que nunca dejan su celular. La gran noticia era que a través de ese mismo teléfono podrían pagarle casi que con un solo clic. Y además él podría luego retirar ese dinero en efectivo muy fácilmente desde un cajero electrónico.

Solo días más tarde, Myriam cumplió su promesa y Miguel recibió su celular. Ese día cambió su historia.

Ante la oportunidad, Miguel decidió aprender a utilizar la aplicación y darle un nuevo rumbo a su trabajo. El negocio dio un vuelco, ganó cada vez más clientes, las ventas aumentaron hasta el punto en el que pudo abrir el primer local, que les dio la posibilidad de no estar caminando de aquí para allá bajo el sol inclemente, además de poder exhibir mejor su mercancía.

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Pero, además, el uso de esa aplicación se convirtió en una bola de nieve. En la pequeña población bañada por el mar, los cientos de personas que han encontrado su sustento entre el turismo y las ventas la han empezado a descargar. Ver el potencial de crecimiento los motivó a seguir los pasos emprendedores y entusiastas de Miguel. 

“Desde que yo uso la app A la mano Bancolombia, las cosas son más sencillas. Antes uno daba fiado y muchas veces perdía el producto y la plata, porque al cliente se le olvidaba volver para pagar o no se estaba quedando en el hotel que decía. Pero ahora uno tiene la tranquilidad de que le pagan de inmediato”, asegura Luis, otro de los hombres que vive de las ventas en Rincón del Mar.

Fue tanto el interés que Miguel y Dora se unieron con los artesanos del pueblo y crearon la Asociación de vendedores Tu Rincón. Esto les ha servido para cuidar el turismo y el trabajo local y, a su vez, promover el cuidado del medio ambiente. Porque si hay algo mágico en Rincón del Mar es su objetivo de ser un destino sostenible: la mayoría de los hoteles que se encuentran en el lugar tienen ese espíritu. 

Poco a poco se han ido sumando a la Asociación las personas que hacen masajes, que venden dulces y que tienen otros negocios en la playa, que ya cuenta con 18 integrantes.   Así han ido creciendo en comunidad, donde se cuidan y se respetan.

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“Hoy, si usted viene a Rincón del Mar, verá que las personas que trabajan en la cooperativa llevamos un chaleco rojo para identificarnos, tenemos precios justos y vendemos productos de calidad. Además, cuando alguno de nosotros no ha vendido suficiente, le ayudamos a conseguir más clientes”, declara Miguel. 

Entre todos se organizan y están distribuidos a lo largo de las playas, por lo tanto, nunca hay conglomeración de vendedores que aturden a los turistas tendidos en la arena, en busca de calma. “Acá no roban, usted puede ir y meterse a bañar al mar y dejar su celular, y cuando vuelve, ahí lo va a encontrar. Se lo aseguro”, dice Miguel y continúa, “nosotros nos encargamos de que todos estemos bien, incluidos los turistas, porque lo que más queremos es que vuelvan por estas tierras”.

El Grupo Banco Mundial señaló que el uso de celulares y aplicaciones de este estilo son elementos facilitadores para reducir la pobreza extrema y promover la prosperidad compartida, ya que el acceso a servicios financieros facilita la vida diaria y ayuda a las familias y a las empresas a planificar desde objetivos a largo plazo hasta emergencias inesperadas. 

Además de dedicarse a sus hijos, a sus negocios y a la cooperativa, Dora y Miguel, siempre en busca del progreso de la región, también dictan charlas y talleres a 30 jóvenes de Rincón del Mar sobre cómo emprender y sobre “cómo sentar los pies en la tierra. Aunque acá el consumo de droga y eso no es tan fuerte, ya se empieza a ver. Y queremos que nuestros jóvenes encuentren que sí hay un camino”, dice Dora, con aura maternal.

“Hoy, si usted viene a Rincón del Mar, verá que las
personas que trabajan en la cooperativa llevamos
un chaleco rojo para identificarnos, tenemos
precios justos y vendemos productos de calidad.
Además, cuando alguno de nosotros no ha vendido
suficiente, le ayudamos a conseguir más clientes”,
declara Miguel.

“Por manejar mi la plata de mis ventas en el banco, que han ido creciendo, un día me apareció en la aplicación de Bancolombia un préstamo. Eso fue una emoción enorme. Tenerlo fue fácil y pude comprar más inventario. Es así como logré armar mi negocio de ropa para la playa. Ahí vendo pareos, pantalonetas, chanclas y más cosas así”, cuenta Dora, con un gesto de felicidad en el rostro. 

Con este tipo de iniciativas, explica el documento del Banco Mundial, es más probable que las personas usen otros servicios financieros, como el crédito y los seguros, lo que les permite iniciar y ampliar negocios, invertir en educación o salud, administrar riesgos y superar conmociones financieras, que pueden mejorar la calidad general de sus vidas.

Y para muestra, un botón. En este momento, la pareja abrió un segundo local y está construyendo su casa propia. Aunque apenas van en los cimientos, crecen fuertes con la motivación de quien trabaja por lo propio. “Tendrá dos pisos, en el primero tendremos nuestro negocio, y en el segundo viviremos nosotros. Tres habitaciones, su baño, su cocina. Será muy diferente a esa primera casita de bahareque”, cuenta Dora mientras sostiene en sus brazos a su hija, Keren, la más pequeña, de tres años, que no para de hablar y de gritar. La pequeña tiene la misma vitalidad de los padres que sueñan sin tregua por un futuro mejor para ella. 

Detrás, practica fútbol el del medio, Miguel David, de 12 años. “Es el mejor jugador de Rincón del Mar”, dice su padre con el pecho inflado. Y su hijo mayor, Jesús David, de 15 años, aún no ha llegado de la escuela. Él les ayuda en sus tiempos libres a vender artesanías en la playa o en los locales. Su mayor pasatiempo, herencia quizás de su abuelo paterno, es la pesca. En las noches se lleva su atarraya a la playa y la arroja al mar. Allí en silencio pasa horas, como lo hacen por tradición los habitantes de este rincón tan cercano al cielo.

Dora y Miguel ya no dan abasto. Aunque siguen fabricando, muchas de las artesanías las compran a otras seis mujeres de la región; casi todas son cabeza de hogar, quienes ahora cuentan con los medios para sacar adelante a sus hijos, con un trabajo que las enaltece y llena de orgullo.

Por el momento, Dora se enfoca en sacar adelante su negocio de ropa, mientras que Miguel trabaja por darle bríos a los locales de su marca, La Gloria de Dios. Ya cuentan con dos y, si la suerte les sigue sonriendo, pronto serán más y más bonitos. 

Dora y Miguel madrugan a las cuatro de la mañana todos los días. Alistan a sus muchachos para el colegio y salen a seguir tallando sus vidas, las de sus hijos y las de la comunidad en esa tierra que parece un sueño, una ilusión. Un paraíso de quienes saben trabajarlo.

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