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Una inversión que cambió la vida de Montería​

Texto: Adriana Restrepo Leóngomez.

Fotografías: Carolina Monsalve.

Producción: Focograma.

 

Una inversión que cambió la vida de Montería​

Texto: Adriana Restrepo Leóngomez.

Fotografías: Carolina Monsalve.

Producción: Focograma.

 

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En la capital de Córdoba las tasas de desempleo, pobreza e informalidad
llegaban al cielo. El conflicto armado se ensañaba con el departamento y
las oportunidades para los jóvenes se escapaban por cuenta del gota a gota.
Hasta que un grupo de personas tomó la iniciativa de cambiar esa historia.
El resultado es la empresa Konecta que presta servicios de contact center
y su cliente principal, Bancolombia; una alianza que se convirtió en el mayor
generador de empleo formal y transformador en Montería.​

Cuando la guerra toca la vida de las personas, su destino es atravesado por una nube densa y oscura que pesa como yunque. Aprenden a huir con poco, a caminar a hurtadillas, sin hacer ruido y con la cabeza baja para no tener que mirar de frente a la muerte. Para sobrevivir, aprenden a aguantar la respiración uno, dos, cinco minutos, lo que den los pulmones mientras se sumergen lo más hondo posible en el río para sacar la arena que encalla las lanchas y planchones. Una labor dura, que lesiona el cuerpo, pero necesaria para conseguir esos $25.000 pesos con los que alimentarán a sus hijos. Aprenden a vivir con miedo y a no pedir ayuda porque quizás conviertan su cuerpo en moneda de cambio.​

Pero, aunque parezca inamovible, su destino no está escrito. Muchas veces el coraje es capaz de superar las circunstancias.  

Montería, capital ganadera de Córdoba, huele a sandía y a frutas jugosas; se mueve con el ritmo cadencioso propio de la tierra caliente; y suena al rugido de las motos en la calle, al canto de los loros y a la risa de los niños que se bañan a orillas del río Sinú. Pero en el sur, lejos de las industrias y los grandes comercios, las opciones para los jóvenes que llegaron desplazados por la violencia eran pocas, porque una vez se hacían adultos, y en aquellas condiciones solía ser demasiado pronto, el futuro se nublaba entre las altísimas cifras de desempleo y de informalidad. Hasta que un día llegó Konecta, de la mano de Bancolombia, y abrió un camino de esperanza.​

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Equipo Konecta conversando​

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Esta no fue una casualidad, sino el resultado de una cadena de voluntades. La multinacional española (entonces se llamaba Allus Colombia) amplió sus operaciones en el país, con una nueva oficina en Montería, gracias a la iniciativa de María Milene Andrade y de un grupo de reconocidos empresarios que tocaron a la puerta -y el corazón- de José Roberto Sierra  —presidente de la compañía y quien siempre tuvo claro que los ejes del desarrollo de un país son la educación y el empleo— y le propusieron un plan insuperable: abrir allí un contact center para impactar las vidas de una región que había sufrido en carne propia las penurias de la guerra.​

 —Estudiamos los índices de informalidad de la ciudad y entendimos que había una oportunidad enorme de generar inclusión —, asegura, con su hablar pausado y amable, Carlos Alberto González, vicepresidente de operaciones de Konecta, quien viajó desde la oficina principal en Medellín para narrar con su propia voz la increíble y conmovedora historia de Montería. “Sin embargo, necesitábamos de un aliado, un cliente que aceptara mover su operación a la capital de Córdoba”, aclara. ​

Estudiamos los índices de informalidad de la ciudad
y entendimos que había una oportunidad enorme de
generar inclusión​

Fue Bancolombia el que se tomó en serio la propuesta y dio el sí anhelado. En marzo de 2015, 150 chicos entusiasmados firmaron su contrato, y el 8 de abril del mismo año sonó por primera vez el teléfono del centro de operaciones de Konecta Montería.​

​—¡Esa es la mayor alegría que tuvimos! — dice María Milene, con los recuerdos atorados en el pecho y los ojos cargados de lágrimas, mientras revisa, una a una, las fotos del carrete en su tablet, donde atesora los momentos que fueron moldeando el sueño de un grupo de personas y que los recompensa hoy con más de 2.000 empleos para los jóvenes del sur de Montería y lugares aledaños.​

 

Sin embargo, aquí no empieza esta historia. Hace falta regresar 15 años en el tiempo, cuando se construyó en el barrio Furatena el Templo Comedor Madre Teresa de Calcuta, con la intención de dar alimento a niños y abuelos de bajos recursos. ​

​—Las bendiciones para esas poblaciones eran muchísimas, pero ¿qué pasaba con los jóvenes? Yo sabía que, si no hacíamos algo, si no buscábamos oportunidades para ellos, estarían condenados para siempre a la pobreza —recuerda María Milene, con esa sonrisa que contagia y el temple feroz con el que decidió dejar su carrera profesional y dedicarse al voluntariado social.

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Comedor Madre Teresa de Calcuta​

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Fue entonces cuando se lanzó, con sus compañeros de lucha, a crear el proyecto Montería te llama, que llevó a cabo la remodelación del colegio en ruinas Juan XXIII, la fundación de la Academia del Sinú y la formación de bachilleres.​

​María Milene también habló con los muchachos que había conocido de niños cuando llegaban a su oficina en la Defensoría del Pueblo de Córdoba, huyendo de espantos, y los invitó a capacitarse como agentes de servicio al cliente.

 

La propuesta les debió parecer tan extraña e incierta como un viaje a la luna, pero cuando lo conocido se parece al infierno, lo incierto resulta tentador. "Ellos no tenían ni la menor idea de qué era un call center y no existía aún un proyecto tangible que les ofreciera empleo, pero los enamoramos porque les dimos una ilusión", afirma María Milene.​

​Así lo recuerda también Milena Mercado Díaz: 41 años y pelo color azabache. Sobreviviente de una vida de desplazamientos, abusos y enfermedad.

Un buen día alguien le habló del
proyecto Montería te llama y sintió
que le lanzaba una tabla de salvación.​

Un buen día alguien le habló del proyecto Montería te llama y sintió que le lanzaba una tabla de salvación. “Yo no sabía que era un call center ni tampoco sabía prender un computador. Yo de lo que sabía era de echar machete y azadón, porque soy montuna. Pero no lo dudé; me estaban dando la oportunidad de estudiar y de buscarme un futuro. ​

A partir de ahí descubrí que se puede vivir de otra manera”, dice con una dulzura que golpea el alma, una noche sentada en el solar a medio iluminar de su casa nueva. Aún, en obra gris, sin baldosas y con pocos muebles, pero es suya y es digna. 

Milena no es la única. Las vidas impactadas por Konecta y Bancolombia se cuentan por centenas. Como Luis Darío Herazo, un chico de 27 años del corregimiento de Cereté, a quien la vida no se la puso fácil: al nacer sufrió parálisis cerebral y ha requerido más de veinte cirugías para caminar sin ayuda. Pero lo suyo es coraje puro. Dentro de su proceso de rehabilitación no aprendió a montar en bicicleta, pero sí a correr. Corrió tan lejos que hoy muestra con emoción las medallas que le ha dado a Colombia como campeón paraolímpico de atletismo. 

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Instalaciones Konecta​

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Esa misma determinación y los beneficios de ser empleado en Konecta le han valido para conseguir cuanto se ha propuesto: dos carreras profesionales, dos más técnicas, casa propia y un cargo como agente élite que le permite inspirar a los asesores a su cargo. ​

​O Fabián Ramos, a quien, una vida en el campo no le negó la oportunidad de entrar a Konecta, acceder junto a 66 personas al plan carrera y ascender dentro de la compañía, hasta ser seleccionado para trabajar directamente en una de las oficinas del banco; una posición que se mira con orgullo y a la que solo han llegado cinco: los más preparados, los más estudiosos.

“Todo esto fue posible gracias a una sinergia de muchas voluntades”, repite una y otra vez María Milene, para no olvidarlo. Y es cierto. Al entrar hoy al complejo de Konecta, en el reconstruido colegio con 1.100 modernos y cómodos metros cuadrados en Furatena, es fácil entender que un proyecto de tal magnitud no es tarea de una sola persona.​

​Por los corredores frescos, caminan, conversan, se ríen cientos de almas, -- con sus carnés al cuello que los valida como empleados de una de las empresas más grandes del departamento. Una vez atraviesan la puerta, atrás quedan las angustias y se siente en el ambiente el aleteo de una bandada de autoestimas levantando vuelo.


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Niño jugando con los equipos de la producción​

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—El reto más grande estuvo en cerrar las brechas en ortografía, en dicción, en conocimiento tecnológico y financiero. Pero el resultado habla por sí mismo. Hemos podido trascender en todos nuestros objetivos de negocio, que al final son nuestra razón de ser —afirma, con la cabeza en alto, Carlos Alberto González, con evidente satisfacción, mientras pasea por las instalaciones del templo comedor y de Konecta, y reafirma una vez más que su trabajo y el de la compañía han dado frutos en muchas direcciones.​

Durante ocho años, Bancolombia ha aumentado constantemente la operación en la región y ha entregado líneas de servicio mucho más complejas. Konecta pasó de 150 a 1200 personas para la cuenta del banco y a 900 más para otros clientes diferentes a Bancolombia. Pero, quizás, la mejor forma de medir los resultados sea en las bajas tasas de ausentismo y rotación, que hablan de las ganas y el cariño inmenso con que estas personas afrontan su oficio.​

El reto más grande estuvo en cerrar las
brechas en ortografía, en dicción, en
conocimiento tecnológico y financiero​

—Mi primera llamada estuvo bien, pero la segunda fue muy difícil. Me confundí y no pude dar asesoría a la señora que había llamado. Me puse nervioso, miraba para todos los lados y lloraba sin saber qué hacer. Ese día quise rendirme — recuerda Sixto Trujillo, uno de los primeros agentes que ingresaron a Konecta tras formarse en la academia.​

​A Sixto la suerte le había sido ingrata. Conocía de memoria el dolor del hambre y la angustia de no llegar a final de mes. Había trabajado en lo que saliera: sumergiéndose en el río Sinú para sacar arena, manejando un mototaxi y como reciclador. 

​Se sentía en desventaja frente a sus compañeros, todos más jóvenes, más entendidos en asuntos de tecnología. “Yo me propuse durar cuatro meses que, en ese entonces, me parecían eternos. Fueron los compañeros y los formadores los que me animaron siempre a seguir”.​

​Sixto cumplió cuatro meses, un año, luego cinco y va para ocho con excelentes calificaciones. Fue beneficiario del gobierno para recibir un apartamento propio, donde vive con su esposa y sus dos hijas; gracias a su trabajo y a los beneficios que le permiten acceder a los créditos de Bancolombia, compró dos motos y un terreno; y, lo que más le gusta, se sabe merecedor de la admiración de sus amigos y colegas.

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Colaboradores Konecta celebrando​

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“Yo no imaginé que pudiera llegar tan lejos. Lo que necesitaba era que alguien me diera la oportunidad y creyera en mí”, dice, en medio de un torrente de lágrimas llenas de gratitud.​

​—Aquí tampoco termina esta historia. Aún falta mucho por hacer — destaca Carlos Alberto, con absoluta determinación y ganas de continuar impactando a la comunidad en el departamento de Córdoba. 

Las cifras de desempleo todavía son altas en Montería y los planes de Konecta y de Bancolombia siguen siendo aumentar la operación, bajo los principios de dar trabajo a las poblaciones de estratos uno y dos, desplazados de la violencia y mujeres cabeza de familia.​

​Mucho menos termina para Milena, Luis, Fabián y Sixto, quienes, tras darle vuelta al destino, siguen caminando en esta nueva vida, en la que los sueños y las metas por cumplir no parecen tener fecha de caducidad.  

Aquí tampoco termina
esta historia. Aún falta
mucho por hacer.​

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