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La nueva vida de los trapiches de Cundinamarca

Texto: Adrián Atehortua

Fotografías: Juan Manuel Vargas

La nueva vida de los trapiches de Cundinamarca

Texto: Adrián Atehortua

Fotografías: Juan Manuel Vargas

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En medio de los retos de tecnificación, formalización y expansión
que enfrenta la industria panelera, la empresa Heincke, con apoyo
del segmento Emprendimientos de Alto Impacto de Bancolombia,
encontró un modelo innovador para beneficiar a más de dos mil
familias colombianas dedicadas a la elaboración de productos
derivados de este alimento.

Hacer panela no siempre es tan dulce como parece. Los jóvenes, encandilados por las oportunidades que ofrecen las ciudades, han ido abandonando los campos y trapiches de Cundinamarca. Y el cultivo de la caña de azúcar, que se hizo de manera informal y poco tecnificado, estuvo a punto ahogarse ante los nuevos estándares exigidos por el mercado y las complicaciones propias de un oficio que, por años, no contó con líderes comprometidos en capacitar a los campesinos ni con líneas de crédito para sortear los retos.

Por fortuna, esta es una realidad que ha podido transformarse gracias al experimento inédito de Fernando Heincke y a Bancolombia, entidad que lo financió, tras ver en su iniciativa, más que un capricho descabellado, un emprendimiento con los pies sobre la tierra, literalmente, que le abriría las puertas a comunidades que tenían todo un futuro sostenible por delante.

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Hace unas décadas la situación panelera era la siguiente: la materia prima se volvió cada vez más costosa, mientras que los compradores se negaban a aumentar el precio. Y, desde 2006, cuando se aprobó la resolución 779, que declaraba a la panela como un alimento y no solo como un producto endulzante, se abrieron nuevos caminos para buscar la profesionalización del gremio, que durante décadas ha sido conformado, en su inmensa mayoría, por pequeños trapiches, que, sin recursos, parecían destinados al olvido. 

Sin duda, esto resulta paradójico. No solo porque Colombia es el segundo productor de panela en el mundo, después de India, con más de 1.200.000 toneladas al año. Sino porque la panela es el segundo producto agropecuario que más empleo genera en Colombia, con cerca de 350.000 familias beneficiadas en 28 departamentos. Sin embargo, esos números sorprendentes no han alcanzado para consolidar el sector panelero al máximo de su potencial. 

“Las normas para regular la producción de panela en el país
son una oportunidad para que el sector se profesionalice y
llegue a mercados más amplios. El reto ha sido que todas
las familias paneleras logren hacerlo a tiempo, porque no
siempre tienen los recursos. Y si los tienen, de todos modos
hace falta la capacitación”,

“Las normas para regular la producción de panela en el país son una oportunidad para que el sector se profesionalice y llegue a mercados más amplios. El reto ha sido que todas las familias paneleras logren hacerlo a tiempo, porque no siempre tienen los recursos. Y si los tienen, de todos modos hace falta la capacitación”, dice Snéider Beltrán, uno de los tantos herederos del legado panelero que han tenido que adaptarse a los nuevos esquemas. 

Fueron esas dificultades las que llevaron a Fernando Heincke a ver una oportunidad de negocio. Rolo, completamente ajeno al mundo del agro y siendo estudiante de Finanzas en una universidad prestigiosa de Bogotá, hizo un viaje de descanso en 2009 a Villeta, municipio del occidente de Cundinamarca, y, por coincidencia o destino, se cruzó con un evento agrícola en el que se enteró de todas las cifras alrededor de la panela. Lejos de espantarse, se iluminó su espíritu emprendedor.

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Desde entonces, la panela se convirtió en su Santo Grial. Y no descansó hasta verla convertida en una idea de negocio sostenible. Como tantos líderes, intentó emprender una y otra vez diferentes iniciativas que no llegaron a buen puerto. Pero su obsesión fue más fuerte: dejó la universidad y se empeñó en comprobar que su punto era viable. Después de nueve años, en 2018, dio con una fórmula que parecía infalible. 

Entró en contacto con Asopromieles, una asociación de trapicheros de Quipile, otro municipio de Cundinamarca, que, como en el resto del país, buscaban tecnificarse para sostenerse en el mercado de la panela. La solución de Fernando Heincke fue, en el mejor de los casos, arriesgada. Decidió poner de su propio capital los recursos necesarios para que los trapicheros se tecnificaran. A través de estudios de suelos y de cultivos, hechos con drones y otras nuevas tecnologías, identificó la necesidad de cada uno de los trapiches para cumplir con las normas. 

Una vez que logró que 120 familias pusieran sus plantaciones con todas las de la ley, quiso llegar a un acuerdo comercial para que Asopromieles produjera exclusivamente para la naciente empresa de Fernando durante cinco años, y así garantizar la existencia de ambas partes. 

Solo hacía falta el capital necesario para poner en marcha ese experimento. Pero, para ese momento, Fernando ya no tenía más dinero. Fue entonces cuando tocó las puertas de Bancolombia.

“Lo que más nos impresionó de Heincke fue el impacto que estaba teniendo su empresa en las comunidades campesinas. Al ver que apoyaba a los trapicheros con procesos modernos que usaban tecnología de punta, no dudamos en brindarle el apoyo que necesitaba por parte del banco”, dice Andrés Sarmiento, asesor comercial.

Lo que más nos impresionó de Heincke fue el impacto
que estaba teniendo su empresa en las comunidades
campesinas. Al ver que apoyaba a los trapicheros con
procesos modernos que usaban tecnología de punta,
no dudamos en brindarle el apoyo que necesitaba por
parte del banco

Bancolombia incluyó la idea de Fernando en su segmento de Emprendimientos de Alto Impacto porque, en efecto, eso era, y le facilitó el capital que necesitaba por medio de líneas de crédito de Finagro. Fue cuestión de tiempo para que la cadena de producción diera resultados con un crecimiento exponencial, hasta llegar a beneficiar a más de 2.400 familias campesinas en Colombia. Así nació Heincke, la empresa con la que Fernando empezaría a levantar de nuevo a tantos paneleros.

Mientras que en Quipile nacía el experimento mesiánico de Heincke, en Útica, Cundinamarca, las familias paneleras hacían todo tipo de maromas para que su legado campesino no cayera.  En 2011 decidieron agremiarse y crearon la Asociación de Productos Agropecuarios de Útica (ASPRUT). La idea, desde un principio, era encontrar nuevas formas de apoyarse unos a otros para rescatar la actividad panelera del pueblo, que estaba a punto de perderse. 

Esa meta se materializó en una empresa muy específica: la creación de una Central de Mieles, es decir, una fábrica que recibiera las mieles derivadas de la caña de azúcar que producían las diferentes fincas, con el obejtivo de hacer con ella todos los productos posibles: bebidas energizantes, panela pulverizada, mermeladas y hasta cerveza. Y, por supuesto, el infaltable bloque de panela que todos los colombianos conocen.

Así, los trapiches no fabricarían la panela como tal, sino que solo harían la miel que se usa para su elaboración, y no tendrían que preocuparse de que el producto final cumpliera con las normas de salubridad exigidas, ya que de eso se encargaría la Central de Mieles. Se trata de una cadena de producción muy parecida a la de la leche.

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La solución era tan obvia y tan acertada, que rápidamente se unieron fincas paneleras de municipios vecinos como Guaduas, Caparrapí, La Peña y Quebradanegra. En total, se agruparon 146 familias. Cada una puso una cuota anual para levantar la fábrica de mieles; incluso solicitaron recursos a la alcaldía, a la gobernación y a la nación. Sin embargo, el capital se quedó cortó y la fábrica, aunque estuvo lista en 2004, no puedo contratar el personal necesario para empezar su funcionamiento.

Después de varios esfuerzos, ASPRUT se contactó, por medio de FEDEPANELA, con Heincke, que para entonces ya había logrado lo imposible en Quipile.Cuando Heincke llegó a Útica, a mediados de 2021, encontró la Central de Mieles en una situación deplorable. La infraestructura estaba, en general, averiada, y no había recursos para pagar al personal operativo que pusiera en marcha la producción.

Fue entonces que, gracias a un crédito de Bancolombia, Heincke inyectó un capital para que la fábrica, por fin, emprendiera las operaciones que había soñado diez años atrás. El trato con ASPRUT fue que, durante un año, la Central de Mieles operaría con cláusula de exclusividad a Heincke y, después, tendría libertad para seguir operando bajo sus propias dinámicas. 

Así, el primer gran reto de la Central de Mieles fue crear un modelo de producción que no generara las pérdidas del 2019. Debían bajar los costos de producción si querían prosperar. Y en ASPRUT sabían que solo había una persona en Útica que podía hacerlo: Snéider Beltrán, un hombre que conocía a detalle el arte y los afanes paneleros. 

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La de Snéider es una historia similar a la de cualquier otro campesino, antes de que llegara Heincke a Útica. Creció entre trapiches. Una semana al mes, se despertaba a la una o a las dos de la mañana y salía a la oscuridad de las montañas para iniciar la jornada. Machete en mano, cortaba tallos de caña que alcanzaban los tres metros y medio de altura y lo doblaban en estatura. Partía el tallo en tres partes iguales a ojo, con una precisión mecánica, y los cargaba y amarraba en la mula que lo acompañaba en sus recorridos.

Cuando el cargamento estaba listo, lo llevaba al trapiche, para empezar a moler la caña y extraerle el jugo que se convertiría en miel y que luego, una vez caldeado y evaporado, se transformaría en la panela de todos los días.

Le gustaba ese oficio, el mismo que habían hecho sus padres y sus abuelos, pero, cuando las ganancias escasearon y el conflicto armado llegó al pueblo, tuvo que dejarlo. Snéider, como muchos otros, emigró hacia Bogotá, para buscar trabajo en lo que saliera. En su caso, se empleó como vigilante, mientras estudiaba Contaduría con una beca del SENA.

Desde entonces, Snéider comenzó una carrera administrativa que lo llevaría de nuevo a Útica, pero ya no como campesino, sino como parte de la alcaldía municipal, en el rol de funcionario público. A finales de 2019, cuando la Central de Mieles comenzaba su primer intento, se unió a ASPRUT.

Le gustaba ese oficio, el mismo que habían hecho sus
padres y sus abuelos, pero, cuando las ganancias escasearon
y el conflicto armado llegó al pueblo, tuvo que dejarlo.

Y se comprometió tanto con la causa que, cuando la asociación aceptó el trato de Heincke, decidió asumir el reto de ajustar los números hasta que los costos de la producción de panela fueran viables.

Snéider pidió una licencia no remunerada de tres meses en la alcaldía y se empeñó en la misión, por un motivo casi que personal. No solo quería que el sector panelero de su pueblo por fin volviera a ser viable; quería que ningún otro joven de Útica se fuera de la región por falta de oportunidades. Porque, de todos los golpes que ha recibido el sector en los últimos 15 años, lo que más ha preocupado al gremio es el futuro de su producción.

"Los productores de panela que hoy siguen en los trapiches tienen una edad promedio de 50 años. Si no hacemos que el sector sea atractivo para los jóvenes, en muy poco tiempo no tendremos quién produzca panela", dice Snéider, gerente de operaciones de la Central de Mieles.

En menos de un año, en alianza con Heincke y con el apoyo de la Fundación Bancolombia, la Central de Mieles ha logrado lo que nunca se había visto en Útica: una fábrica que produce todo tipo de derivados de la panela, que trabajando solo al 30 % de su capacidad ya genera 25 empleos directos y que paga de contado a las 146 familias proveedoras de mieles, a través de transacciones virtuales con la app A la mano Bancolombia. 

Gracias a este tremendo esfuerzo conjunto, en el pueblo son cada vez más los paneleros que administran su dinero para proyectos que buscan no solo el sustento diario: algunos ya han ampliado sus trapiches, otros han podido enviar a sus hijos a la universidad y planean vacaciones familiares al mar. 

Si algún día se cumple el gran sueño y los jóvenes regresen a los trapiches de Cundinamarca, sin duda será por el trabajo que empezó Fernando Heincke y que han seguido, con pasión y entusiasmo, campesinos panaleros como Snéider.

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