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El diario laboral de una estilista tan solicitada que se traslada en aviones privados

The New York Times Company03-06-2021

Tiempo de lectura: 11 minutos

Por Marisa Meltzer

Diario de una estilista


Jayne Matthews piensa que la mayoría de los cortes de pelo están mal hechos: “Una persona toma unas tijeras y corta las puntas, tal vez hace un poco de capas, pero en general es como un bloque grande y con volumen que necesita una secadora de pelo para tener un estilo manejable”. Mathews –copropietaria de dos salones de belleza en el área de la bahía de San Francisco, ambos llamados Edo— usa una navaja recta en lugar de tijeras como una herramienta para tallar. “Puedo tallar pétalos en el cabello para que tenga longitud, pero sea más ligero”, dice. “Considero que eso marca la diferencia entre un arbusto y un bonsái”.

Estos cortes orgánicos, como ella los llama, han hecho que se forme un culto en torno a su persona de más de 82.000 seguidores en Instagram. Su estilo insignia es lo que en inglés llaman un “shag”, un corte con fleco y capas largas y degrafiladas que enmarcan la cara, inspirado en Chrissie Hynde, Brigitte Bardot, Jane Fonda, Stevie Nicks y Patti Smith. Matthews, de 47 años, cobra 325 dólares por un corte en sus salones (el primero de estos lo abrió con su socia, Chri Longstreet, en 1998). Con ese precio, muchos clientes solo se cortan el cabello una o dos veces al año. “Cuando te haces estos cortes, se ven bien y naturales”, comentó. “Puedes despertarte en la mañana, tal vez ponértelo detrás de la oreja, acomodar el fleco un poquitín y se ve bien. Entre menos le hagas, mejor se ve”.

En 2014, luego de dar a luz a una niña, Matthews decidió que se esforzaría para presumir mejor sus cortes en las redes sociales, practicando con la iluminación y tomando fotografías desde diferentes ángulos. Salones en Los Ángeles y Portland, Oregon, no tardaron en pedirle que fuera a hacer cortes y dar capacitación, y ahora con frecuencia sus clientes toman un avión al Área de la Bahía para acudir a una cita con ella.
 
Las entrevistas se realizan por correo electrónico, mensajes de texto y llamadas telefónicas; luego se resumen y editan.

 
MARTES

  • 7 a. m.: Me desperté en un Airbnb en Los Ángeles, un poco agotada porque ayer trabajé con un chamán en una limpia. Tomé una bebida de café y cacao crudo que había pedido a domicilio el día anterior.
     
  • 10 a. m.:  Tomé un servicio de avión privado con unos 20 pasajeros para ir de Los Ángeles a Oakland. Escuché un pódcast sobre relaciones, en Audible porque no había wifi. Luego me metí a una aplicación de citas y cambié la redacción para que quedara más auténtica. También edité fotografías de cabello para mi cuenta de Instagram y la del salón. Tomo de 25 a 50 fotografías de cada corte y busco una en la que la clienta se vea más viva e interesante.
     
  •  12 p. m.:  Pedí un Lyft a casa, me metí a la tina —casi nunca me ducho— y me probé un vestido para un taller grande que voy a dar este fin de semana en Nueva Orleans.
     
  • 1 p. m.: Un amigo me ayuda a organizar mis clases en línea. Fuimos a ver un lugar para comprobar que la iluminación sea buena para grabar. Quiero vender clases en línea porque es difícil ser madre soltera y viajar tanto; todos los días me llegan mensajes de Londres, Berlín, París.
     
  • 2 p. m.:  Con clientes en Edo de Oakland. La primera voló de Salt Lake City: una mujer asiática con el cabello a media espalda, en una sola capa. Le hice un corte en capas con flecos. Luego llegó una mujer de cabello azul rizado y le hice flecos. También di una clase improvisada con mi asistente, que del otro lado del salón hacía un corte bob, pero parecía muy de mamá. Pasé 45 minutos trabajando con ella para que la mujer se viera fresca y joven.
     
  • 6 p. m.:  Recogí a mi hija, Sylvie, de sus clases de arte extracurriculares. Llovía a cántaros y corrimos al auto para ir a comer ramen.
     
  • 10 p. m.:  Respondí algunos mensajes directos en Instagram. Siempre son mujeres. La mitad son estilistas y la otra mitad son mis admiradoras. Mis clientas suelen tener entre 28 y 45 años. Suelen ser aquella chica a la que le gusta usar sus objetos caros hasta desgastarlos. No es estrafalaria, pero tampoco es desaliñada, no se ha hecho mucha cirugía plástica, consume productos locales y no compra en tiendas departamentales.

 

MIÉRCOLES

  • 7 a. m.:  Me preparé un café Bulletproof y revisé mis correos electrónicos y mensajes directos para asegurarme de que no hubiera nada demasiado urgente. Desperté a Sylvie y le preparé pan con mantequilla de cacahuate antes de llevarla a la escuela.
     
  • 9:30 a. m.: De vuelta en cama. Tuve una llamada con unos capacitadores para peluquerías que me están ayudando con mi negocio de clases, que estará separado de lo demás, y a definir si luego de que me mude a Los Ángeles, lo que sucederá pronto, quiero abrir mi propio salón u otra sucursal de Edo.
     
  •  11 a. m.:  Hice una publicación diciendo que buscaba modelos de cabello. Luego recibí una llamada de una amiga que trabaja en una agencia de modelaje y me dijo de unas chicas que quieren una nueva apariencia.
     
  • 4 p. m.: Recogí a mi hija y corrimos para que llegara a tiempo a su clase de ballet en la YMCA de Berkeley. Después fuimos a un lugar que vende un caldo de huesos de muy buena calidad y otros alimentos preparados, y que solo abre unas cuantas horas a la semana. Regresamos a la YMCA, ella a la guardería y yo subí rápido a una clase de danza que estuvo medio mala, pero de todos modos se sintió bien ejercitar el cuerpo.  
     
  • 8 p. m.: Me metí a la tina, limpié un poco la cocina, edité y publiqué en Instagram una fotografía de un cambio de imagen que le hice a alguien, respondí unos mensajes directos y compré en línea unos zapatos nuevos.

 

JUEVES

  • 8:30 a. m.: Después de dejar a Sylvie en la escuela, tuve una conversación de una hora sobre mi traslado a Los Ángeles con el abogado que se encarga del tema de la patria potestad.
     
  • 1 a. m.: Para esta hora ya tenía mucha prisa por llegar al trabajo en Edo Oakland. Llegué 10 minutos tarde con mi primera clienta, que se acaba de mudar de Nueva York. Tenía un atuendo genial, un remolino enorme, cabello largo, muy seco y algo esponjado. Le hice un degrafilado que le resalta los pómulos. Mi siguiente clienta era una sanadora intuitiva y la otra trabajaba como artista de Google.  
     
  • 4 p. m.: Hay unas musas a las que les corto el pelo gratis. Puedo hacer lo que quiera con su cabello. A una le hice un mullet (corte cumbia) con flecos cortos y desiguales, pero una versión chic.
     
  • 7 p. m.: Empecé a sentir que me dolía la garganta, lo cual sería terrible porque lo de Nueva Orleans es este fin de semana.  
     
  • 9 p. m.: A la cama.

 

VIERNES

  • 10:30 a. m.: Recibí un mensaje de alguien que me dijo que una fotografía que publicó una de mis estilistas —de una chica con trenzas y listones — era apropiación cultural y me pidió que la quitara. Si alguien me preguntara el origen de ese peinado, creo que diría afroestadounidense, y en la fotografía salía una joven mujer blanca.

    Le agradecí su mensaje. Quité la imagen y le dije a mi gerente que quería que habláramos. Estamos en Oakland, una ciudad que históricamente ha sido afroestadounidense, y es importante que podamos crecer en ese sentido.
     
  • 1 p. m.:  Vino una clienta para que le hiciera un corte. Empezó a llorar, lo cual pasa mucho con mis clientas (pero no por sus cortes). Hace zurcidos con bordados y le di unos pantalones Wrangler de los setenta que tenían un hoyo en el trasero para que me los arreglara.
     
  • 4:30 p. m.: Fui al yoga, regresé a la casa y preparé algo de comer. Mi asistente personal llegó con mi correo y unos paquetes. Escuché a Kate Bush y empecé a probarme atuendos para ver qué iba a empacar para el taller. Decidí ser minimalista.

 

SÁBADO

  • 6:45 a. m.: Me desperté y tomé un vuelo a Nueva Orleans. El taller se llama Bayou St. Blonde. Son dos días de aprendizaje y hacer contactos que organiza cada año The Left Brain Group, mi agencia, que me ayuda a hacer crecer mi negocio.
     
  • 3:30 p. m.:  Todos los foráneos nos estamos quedando en un hotel cerca del Barrio Francés. Tan pronto como llegué, vi a mi amiga Roxie Darling, que también es estilista y a quien no veía desde hace años.
     
  • 6 p. m.:  Fui a una fiesta para los asistentes en una iglesia increíblemente hermosa donde todo el interior estaba pintado de rosa y azul claro con techos abovedados y lo único que pensaba era que, cuando encuentre algún día al hombre de mi vida, me quiero casar ahí.

    Vi a la directora creativa de Bumble and Bumble, quien a lo largo de los años ha impartido muchas clases que yo he tomado. Le dije que un par de cosas que me había dicho hace unos años sobre la forma de los rostros y los flecos hizo que se me prendieran focos en la cabeza.

 

DOMINGO

  • 9 a. m.:  Día de inauguración del evento. No tuve que dar clase, pero acabé cortándole a alguien el fleco en el baño porque me sentí inspirada.
     
  • 1 p. m.:  Fui al hotel a tomar una siesta y luego una amiga peluquera llegó y transmitió en directo en Instagram cómo le hice una transformación total.

 

LUNES

  • 8 a. m.: Servicio de habitación: ensalada de arúgula, huevos fritos tiernos, jugo de naranja y café.
     
  • 12 p. m.:  Fui a una clase de yoga calurosa. Estaba muy sudada y fui rápido al hotel para ducharme. Luego me puse ropa cómoda, un suéter y tenis Converse y agarré un atuendo elegante para ponérmelo más tarde.
     
  • 2:30 p. m.: Tengo programado que voy a cortarle el pelo a dos modelos en Bayou St. Blonde. Le mandé un mensaje de texto a mi maquillista para decirle que quería que pintara a ambas con un labial rojo brillante y mate. Llegó y empezó a trabajar mientras yo evaluaba el cabello de las chicas. Luego bajé y escuché un panel sobre el autocuidado y pensé en si me estaba agotando por tanto trabajo.
     
  • 4:30 p. m.:  Cuando llegué al escenario había 250 personas viendo en una carpa decorada con guirnaldas y coronas. Definitivamente no tenía suficiente tiempo para trabajar en las dos modelos, así que me sentí presionada. Yo diría que el cabello les quedó hermoso, pero sí tuve que hacerles más cosas antes de tomarles fotografías cuando me bajé del escenario.
     
  • 8 p. m.: Todos sentíamos que las piernas nos flaqueaban y fuimos a cenar a restaurante de comida árabe. Luego regresé al hotel y vi historias de Instagram de mí dando clase. Se veía mejor de lo que recordaba y eso me hizo sentir bien.

 

c.2020 Harvard Business School Publishing Corp. Distribuido por The New York Times Licensing Group

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