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Los economistas les asignan más culpa a las empresas tecnológicas por la creciente desigualdad

The New York Times Company04-02-2022

Tiempo de lectura: 6 minutos

Por Steve Lohr

Los economistas les asignan más culpa a las empresas tecnológicas por la creciente desigualdad

Daron Acemoglu, influyente economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por su sigla en inglés), ha presentado argumentos en contra del fenómeno que designa “automatización excesiva”.

Hace notar que la economía no se ha visto beneficiada por las inversiones en máquinas y software. En contraste, la creciente desigualdad derivada de esas inversiones y de la política pública que las alienta es totalmente evidente.

Al menos la mitad de la progresiva brecha salarial entre los trabajadores estadounidenses en los últimos 40 años puede atribuirse a la automatización de tareas que solían realizar los seres humanos, en especial varones sin grados universitarios, según revelan sus investigaciones recientes.

La globalización y el debilitamiento de los sindicatos también han influido. “No obstante, el factor más importante es la automatización”, señaló Acemoglu. Además, añadió que la desigualdad propiciada por la automatización “no se debe a ningún caso fortuito ni obra de la naturaleza, sino a la forma en que las empresas y la sociedad han decidido utilizar la tecnología”.

Acemoglu, investigador de intereses diversos cuyo trabajo lo ha convertido en uno de los economistas más citados en las revistas académicas, no es el único economista destacado en afirmar que las máquinas computarizadas y el software, con cierta ayuda de los legisladores, han contribuido significativamente a las amplias brechas de ingresos en Estados Unidos. Cada vez se suman más voces al coro de críticas en torno a las gigantes de Silicon Valley y el avance incontrolado de la tecnología.

Paul Romer, ganador del Premio Nobel de Economía por su trabajo sobre innovación tecnológica y crecimiento económico, expresó su alarma ante el desenfrenado poder de mercado e influencia de las gigantes tecnológicas. “Los economistas enseñaban: ‘Es el mercado. No podemos hacer nada al respecto’”, comentó en una entrevista el año pasado. “La verdad es que esa aseveración es totalmente incorrecta”.

Anton Korinek, economista de la Universidad de Virginia, y Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía de la Universidad de Columbia, escribieron un artículo titulado “Steering Technological Progress”, en el que recomiendan pasos, desde pequeños empujones para empresarios hasta cambios fiscales, para favorecer “innovaciones positivas para la mano de obra”.

Erik Brynjolfsson, economista de Stanford, en general es optimista con respecto a la tecnología. Sin embargo, en un ensayo que se publicará esta primavera en Daedalus, la revista de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, advierte acerca de “la trampa de Turing”. La frase hace referencia a la prueba de Turing, llamada así en honor a Alan Turing, el pionero británico de la inteligencia artificial, cuyo reto es que un programa informático participe en un diálogo de manera tan convincente que sea imposible distinguirlo de un ser humano.

Desde hace décadas, señaló Brynjolfsson, la prueba de Turing (lograr el desempeño de un ser humano) ha sido la metáfora rectora para los expertos en tecnología, empresarios y legisladores en lo que respecta a IA. Por eso se crean sistemas de IA diseñados para remplazar a los trabajadores y no para mejorar su desempeño. “Creo que eso es un error”, indicó.

Las inquietudes expresadas por estos economistas han resonado más en Washington en vista de que las gigantes tecnológicas ya son blanco de ataques desde distintos frentes. Los funcionarios de gobierno con frecuencia critican a las empresas porque no hacen suficiente para proteger la privacidad de los usuarios y amplifican la desinformación. Están en curso juicios a nivel estatal y federal en que se acusa a Google y Facebook de violar la legislación antimonopolio, y los demócratas buscan mecanismos para controlar el poder de mercado de las mayores empresas de la industria con nuevas leyes.

Acemoglu testificó en noviembre ante el Comité Selecto de la Cámara de Representantes sobre Disparidad Económica y Equidad en el Crecimiento durante una audiencia sobre innovación tecnológica, automatización y el futuro del empleo. El comité, que se puso en marcha en junio, sostendrá audiencias y recopilará información durante un año, y preparará un informe sobre sus hallazgos y recomendaciones.

A pesar del estancamiento partidista en el Congreso, el representante Jim Himes, demócrata de Connecticut y presidente del comité, confía en que este podrá encontrar puntos en común en algunas medidas para ayudar a los trabajadores, como más apoyo para programas probados de capacitación.

“No hay nada partidista acerca de la desigualdad económica”, aseveró Himes, en referencia a los daños causados a millones de familias estadounidenses independientemente de sus preferencias políticas.

Algunos economistas consideran que los años de la posguerra, de 1950 a 1980, son la era de oro de avances tecnológicos y aumentos en los ingresos de los trabajadores.

El problema fue que, después de esos años, muchos trabajadores comenzaron a quedar rezagados. Se observó un avance continuo en tecnologías de automatización cruciales, como robots y máquinas computarizadas para las fábricas, y software especializado en las oficinas. Para mantenerse a la cabeza, los trabajadores necesitaban nuevas habilidades.

Por desgracia, el cambio tecnológico evolucionó, mientras que el progreso en la educación superior se desaceleró y las empresas comenzaron a gastar menos en la capacitación de sus empleados. “Cuando la tecnología, la educación y la capacitación se mueven al unísono, producen prosperidad compartida”, comentó Lawrence Katz, economista laboral de Harvard. “En caso contrario, no se obtiene ese resultado”.

El crecimiento en el comercio internacional en general alentó a las empresas a adoptar estrategias de automatización. Por ejemplo, las empresas preocupadas por los bajos costos de sus competidores de Japón, y más tarde de China, invirtieron en maquinaria para remplazar a sus trabajadores.

En la actualidad, la siguiente oleada de tecnología es la inteligencia artificial. Acemoglu y otros opinan que podría utilizarse principalmente para ayudar a los trabajadores, haciéndolos más productivos, o para sustituirlos.

Acemoglu, al igual que otros economistas, ha cambiado su postura con respecto a la tecnología con el paso del tiempo. En teoría económica, la tecnología es una especie de ingrediente mágico que infla el pastel económico y enriquece a las naciones. Relató que hace más de una década trabajó en un libro de texto que incluía la teoría estándar. Poco después, cuando investigó más, comenzó a tener dudas.

“Es una manera de pensar muy restrictiva”, explicó. “Debería haber adoptado una postura más abierta”.

Acemoglu no es ningún enemigo de la tecnología. Sus innovaciones, subraya, son necesarias para enfrentar los mayores retos de la sociedad, como el cambio climático, y para producir crecimiento económico y elevar el estándar de vida. Su esposa, Asuman Ozdaglar, es directora del departamento de Ingeniería Eléctrica y Ciencias de la Computación en MIT.

Lamentablemente, a medida que Acemoglu estudió los datos económicos y demográficos a mayor profundidad, se hicieron más evidentes los efectos de desplazamiento de la tecnología. “Resultaron mayores de lo que esperaba”, dijo. “Eso afectó mi optimismo acerca del futuro”.

En una publicación con su colaborador frecuente, Pascual Restrepo, economista de la Universidad de Boston, Acemoglu dio a conocer el año pasado que, según sus cálculos, al menos la mitad de la creciente brecha salarial de las décadas recientes se debe a la tecnología. La conclusión se basó en un análisis de datos demográficos y comerciales que muestran una baja en la participación de los trabajadores en la producción económica en forma de salarios y un alza en el gasto en maquinaria y software.

Acemoglu y Restrepo han publicado artículos sobre el impacto de los robots y la adopción de “tecnologías regulares”, además del análisis reciente sobre tecnología y desigualdad.

Las tecnologías regulares remplazan a los trabajadores, pero no producen aumentos notorios en la productividad. Algunos ejemplos que cita Acemoglu son las cajas de autopago en los supermercados y los servicios telefónicos automatizados de atención a clientes.

Hoy en día, observa que se invierte demasiado en tecnologías regulares, lo que explica en parte el lento crecimiento en productividad de la economía. En contraste, las tecnologías que sí son significativas crean nuevos trabajos en otras áreas, y así impulsan alzas en el empleo y los salarios.

El surgimiento de la industria automotriz, por ejemplo, generó empleos en las concesionarias de automóviles y en áreas como publicidad, contabilidad y servicios financieros.
        

  • En opinión de Acemoglu, es esencial contar con programas educativos y de capacitación bien diseñados para los empleos del futuro. No obstante, también está convencido de que el desarrollo tecnológico debe orientarse en una “dirección más respetuosa de los seres humanos”. Toma inspiración del desarrollo de las energías renovables en las dos décadas pasadas, gracias al apoyo de proyectos gubernamentales de investigación, subsidios a la producción y la presión social ejercida sobre las empresas para reducir sus emisiones de carbono.

“Necesitamos cambiar la dirección de la tecnología de tal manera que funcione para las personas”, enfatizó Acemoglu, “no que opere en su contra”.
        

  • El representante Jim Himes (demócrata de Connecticut) durante una reunión del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes en Washington el 20 de noviembre de 2019. (Samuel Corum/The New York Times)
  • Daron Acemoglu, economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts, posa para un retrato en Cambridge, Massachusetts, el 21 de diciembre de 2021. Al menos la mitad de la creciente brecha salarial abierta entre los trabajadores estadounidenses en los últimos 40 años se debe a la automatización de tareas que solían realizar los seres humanos, afirma Acemoglu. (Cody O'Loughlin/The New York Times)

 

c.2020 Harvard Business School Publishing Corp. Distribuido por The New York Times Licensing Group

 

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