Lo que piensan los bosques cuando los salvan

Texto: Matías Nunes Tobar

Fotografías: Carolina Monsalve

Producción: Focograma

Lo que piensan los bosques cuando los salvan

Texto: Matías Nunes Tobar

Fotografías: Carolina Monsalve

Producción: Focograma

22 mil familias campesinas pasaron de talar árboles a ser sus guardianes en
más de 213.000 hectáreas recuperadas –en 17 departamentos de Colombia–,
gracias a la organización Masbosques y su programa Pagos por Servicios
Ambientales, BancO2, que funciona en alianza con Bancolombia. 

Masbosques nació en 2003 por iniciativa de Cornare (Corporación Autónoma Regional de las Cuencas de los ríos Negro y Nare) y en alianza con otras instituciones del sector académico, económico y social, en el departamento de Antioquia, tras encontrarse una y otra vez con situaciones que afectaban a los bosques. “Hace unos años -cuenta Jaime Andrés García, su director- un grupo de funcionarios de Cornare llegó a un predio para decomisar madera proveniente de la tala ilegal, que era su tarea. Allí, una niña les empezó a arrojar piedras desde una pequeña loma. 

Los funcionarios le preguntaron por qué lo hacía y ella, entre gritos, respondió que su papá iba a comprar sus útiles escolares con la madera que ellos se estaban llevando y que, por tanto, ahora no tendrían con qué adquirir las cosas para su colegio”.
A partir de esa realidad irrefutable decidieron crear una alternativa para esos campesinos, -como la familia de aquella niña-, que no tenían otra opción de vida más que talar árboles para la venta de madera o para formar espacio para el ganado. 

Heiler Orozco, Milena Céspedes y Sebastián Cuadros, funcionarios de Más Bosques.

La idea es sencilla: Masbosques sirve de puente entre empresas, que compensan de manera voluntaria y obligatoria su impacto, y comunidades rurales a quienes transfiere mensualmente un monto determinado por su labor de protección de ecosistemas estratégicos. Ya sean bosques, quebradas, páramos o humedales. Esto, como parte de Pagos por Servicios Ambientales (PSA), BancO2, uno de los programas más ambiciosos de la organización, que funciona gracias a alianzas con diferentes actores públicos y privados, entre ellos Bancolombia, con quien se desarrolla un esquema fiduciario. 

Pero no es la única estrategia: Masbosques también tiene proyectos de restauración de territorios degradados por el impacto humano, planes que incentivan el turismo sostenible; además de una serie de iniciativas productivas para fortalecer las economías de comunidades rurales, lo que les permite invertir en puentes, escuelas, carreteras, etc. 

Masbosques sirve de puente entre empresas, que compensan de manera
voluntaria y obligatoria su impacto, y comunidades rurales a quienes transfiere
mensualmente un monto determinado por su labor de protección de
ecosistemas estratégicos.

Para realizar los pagos a las comunidades protectoras del programa se tomaron en cuenta algunas variables. Por ejemplo, la distancia; ya que gran parte de la población rural del país se encuentra en lugares muy apartados y de difícil acceso. “Ahí nació la idea de hablar con Bancolombia, que nos ofreció una herramienta digital para transferir el dinero a todas estas personas. El banco es nuestro aliado estratégico”, dice Jaime, quien es abogado e ingeniero ambiental con más de diez años de experiencia, liderando proyectos de conservación medioambiental en Colombia.

“A través de la App A la mano de Bancolombia (que se gestiona desde cualquier celular, sin cuota de manejo y que ofrece varios beneficios) se transfiere fácilmente el dinero a todos los socios vinculados y se les capacita en educación financiera para que puedan aprovechar de manera efectiva sus ingresos”, concluye.



 

Dubián Jiménez, afiliado de Más Bosques, utilizando la App A la mano.

En otras palabras: Masbosques comienza entre el verdor del campo, pero impacta cada uno de los aspectos que rodean a las comunidades que se acogen a PSA, mejorando así la calidad de vida de todos los seres vivos involucrados en el proceso. No solo cuidan y mejoran la infraestructura natural del bosque, sino también la de los pueblos y sus habitantes.

Y es que la finalidad de la organización es lograr restaurar y proteger la mayor cantidad de ecosistemas naturales en el país, poniendo en el centro de la conservación a las comunidades rurales. Actualmente, están en 17 departamentos de Colombia, en las zonas del Amazonas, Orinoquía, Andina, Pacífico y Caribe. 
 

“Para un campesino con necesidad de alimentar a su familia no existe la conservación. Para él, como para cualquier persona, la conservación radica en subsistir, sobrevivir el día a día y darle una alternativa, un futuro a los hijos. Así eso signifique tomar la motosierra y talar árboles”, explica Jaime, mientras degusta con calma una taza de café.

Este instrumento de pago por servicios a campesinos, pueblos indígenas y comunidades afrodescendientes logra que, en lugar de afectar al ecosistema, trabajen en su protección.
 

Para un campesino con necesidad de alimentar a su familia no existe
la conservación. Para él, como para cualquier persona, la conservación radica
en subsistir, sobrevivir el día a día y darle una alternativa, un futuro a los hijos.
Así eso signifique tomar la motosierra y talar árboles.

“Esto no es un subsidio ni es una donación, es el pago por un servicio ambiental. Una contraprestación económica que realizan empresas y entes territoriales a las comunidades para generar un equilibrio entre lo urbano y lo rural”, señala el director y aclara que ese dinero lo utilizan los beneficiarios para montar sus proyectos productivos o cubrir necesidades básicas como comprar alimentos, pagar el sustento de los hijos o financiar cuestiones de salud. 

Es decir, no solo se les ofrece una alternativa económica que impacta positivamente al medioambiente, sino que también se hace un acompañamiento para que mejoren sus prácticas financieras y, de esta manera, eviten tener que volver a talar árboles en el futuro. 
 

Dubián Jiménez es un campesino de 48 años, propietario de la finca Vallecitos, en la vereda La Habana del municipio de San Luis, en Antioquia. Allí vive junto a Leidys Calleja, su esposa, y Dylan, su hijo de cinco años, que no para.  Corre, sube y baja la montaña, come papitas de tomate, corretea a las gallinas, todo sin un atisbo de cansancio. 

Jaime, quien llegó a caballo hasta la casa de Dubián, se limpia el sudor de la cara mientras mira al pequeño Dylan, y cuenta que, “según la CEPAL, el 46,3 % de la población rural vivía en condiciones de pobreza a mediados de 2020. Eso es muy preocupante porque la ruralidad tiene que ser fuente de desarrollo. Es donde se siembran los alimentos que necesitamos todos en la ciudad.
 

Funcionarios de Más Bosques y Dubián Jiménez, socio vinculado del programa Pago por servicios ambientales. 

Entonces, cuando se le garantiza a una familia campesina un ingreso para que se quede en el territorio y proteja el bosque y los campos, las condiciones de impacto se ven de inmediato. Las comunidades empiezan a generar otras alternativas productivas en sus predios”, dice este hombre que ha dedicado 14 años al proyecto BancO2 y que mantiene la misma emoción al ver los resultados en la calidad de vida de familias como la de Dylan. 
Cuando Dubián tenía 13 años llegó la guerra a San Antonio, también Antioquia, y se llevó a su papá

Se tuvo que desplazar, con sus hermanos y su mamá, a San Luis. A partir de ahí, aprendió de memoria el sonido de las bombas, de los disparos, de los gritos. Los campesinos como Dubián no podían hacer otra cosa que evitar los caminos en los que las balas zumbaban de un lado al otro o correr despavoridos hacia el monte cuando llegaban los helicópteros para “fumigar con plomo”, como él mismo dice.
La guerra lo desplazó dos veces. La última fue en el 2000 y su destierro en Armenia duró ocho años.

Cuando regresó, solo y a lomo de mula, se encontró con una casa ocupada por montañas de termitas. En ese momento no vio otra opción que comenzar a talar árboles para vender madera a orillas de la carretera. Pasó diez años haciendo ese trabajo duro que terminó por desgastar su columna. A su hermano, otro de los muchos campesinos que se dedicaban a lo mismo, lo mató un árbol que le cayó encima. 

Ha sido Leidys, la esposa de Dubián, quien lo ha cuidado en la enfermedad. “Me sequé de la cintura para abajo. El dolor era muy berraco y el médico me dijo que me daba dos años de vida por mucho”, cuenta el hombre. “Es que ese trabajo de talar árboles es muy bravo”, continúa. 
 

Mientras Dubián revisa los pozos que construyó en su predio con tilapias rojas y negras, recuerda que un día, bajando palos sobre las mulas por la trocha, se encontró con funcionarios de Cornare. “Me sancionaron por talar árboles, pero en ese momento yo les dije que entonces me dieran una opción”, a lo que los funcionarios contestaron que podía acogerse a la iniciativa de Masbosques. 

“La verdad es que ese dinero me ha ayudado con muchas cosas: para comprar alimento para la casa, para las cositas del colegio del niño, a veces para la comida de los peces”, cuenta el campesino paciente con su hijo que ahora cuelga de su brazo y se balancea como si se tratara de la rama de un árbol. 
 

La verdad es que ese dinero me ha ayudado con muchas cosas:
para comprar alimento para la casa, para las cositas del colegio del niño,
a veces para la comida de los peces.

Una de las ocasiones en la que más le sirvió el monto que le consignan mensualmente por proteger el hermoso bosque que rodea su tierra fue cuando se enfermó de la columna. “Sin ese dinero no sé qué habría hecho, estuve en cama durante ocho meses”

Hoy en día Dubián utiliza el dinero para otro tipo de cosas, así como lo hacen muchos de los asociados al programa, que no tienen solo para el sustento diario, sino también para invertir en nuevos proyectos productivos, como las gallinas, la porqueriza, los peces o los árboles frutales.

“Para mí el bosque significa vida porque genera agua, oxígeno, fauna. El bosque es un buen porcentaje de nosotros mismos, si esto se arrasa nos eliminamos a nosotros mismos”, sentencia. 
 

La caravana de Jaime ya se va. Ensillan las mulas y los caballos. Jaime y Dubián se dan la mano y se miran a los ojos. Ambos saben que van a cumplir el trato. Dubián seguirá siendo un guardián más del bosque entre los 22.000 que existen hoy en el país. Y Jaime seguirá buscando familias campesinas a lo largo del territorio colombiano, que recibirán su pago cada mes gracias a las 60 empresas que invierten para compensar la huella de carbono, y logrará la conservación de más bosques que se sumen a esas 236 mil hectáreas recuperadas. 

La misma historia, con otros nombres y otros afanes, se repite en 17 departamentos del país. Mientras tanto, el monte que se mantiene en pie frente a la casa de Dubián, mira cómo estos dos hombres sellan el pacto. Un murmullo en el bosque aumenta. Porque el bosque sabe algo.
 

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